Mi nana. Mi mamá Chalita.

El día de ayer pasó algo que temía que pasara desde que estoy en Estados Unidos sin poder regresar a México.

Tuve mi cita prenatal con mi ginecóloga, y al estar en la sala de espera abrí mi Facebook y vi la terrible noticia. Mi abuela Chalita, mi nana, mi mamá Chalita falleció. Mi corazón se partió en dos ese momento. Sentía que todo se paró por un minuto, y al decirle a mi esposo, quien estaba a mi lado, sentí como su abrazo me hacía pequeña. Su abrazo me reconfortó, pero yo me sentí pequeña, me sentí indefensa, triste, con el corazón roto por haber perdido a mi nana. Impotente de no poder hacer nada. De no poder dejar este país para ir a darle un abrazo a mi tata, a mi papá Manuel; de no poder ir a darle un abrazo tan fuerte y decirle que lo amo. 

Al principio me sentí mal de haber recibido la noticia así, por Facebook. Qué se espera en estos tiempos. Aunque ahora creo que fue la mejor manera de haberla recibido, ya que tal vez si hubiera estado aquí en mi casa me hubiera caído más peso encima. Tuve mi cita con mi ginecóloga, el bebé bien, gracias a Dios, con su corazón a 150bpm. Sentía que el mío también latía igual de rápido. En ese momento sólo éramos yo y mi bebé en mi vientre. Gracias al Coronavirus mi Robert y mi Robbie tuvieron que esperar afuera de la clínica.

Todo el día estuve recordando a mi mamá Chalita. Estuve recordando momentos que tuve solo con ella cuando era niña; caminando en el centro, siempre sintiéndome que corría cuando caminaba a su lado. Mi nana siempre caminaba súper rápido. Aunque ya después sus pasos se fueron cansando. Los años no pasan en vano, pero la vida tampoco, y nos deja con tantos recuerdos y lindas memorias. 

Rafaela Ruiz, una mujer tenaz, un gran ejemplo de lo que no es ser mujer sumisa, de lo que es ser una mujer fuerte, luchadora, con tanta entereza, con un gran sazón en la cocina. La que hacía los mejores frijolitos y tortillas grandes, los mejores frijoles de fiesta, la mejor barbacoa. La que en sueños me ha preparado gorditas, tortillas grandes, frijoles, sopas. La que en vida en estos últimos años hacía que me quebrara cada vez que le llamaba. Por eso no lo hacía tan seguido. Siempre que le llamaba la hacía llorar, y me sentía mal, y me quedaba llorando después de la llamada por un rato.

Aún recuerdo como si fuera ayer los días que pasamos en el terreno. Cómo barría la tierra después de echarle agua, y hacía que la tierra pareciera piso de cemento. Cómo cenábamos juntos al atardecer con mi papá Manuel, mi mamá, mi papá, y quien más que se nos uniera en esas tardes. Recuerdo cómo le gustaban los mastuerzos, cómo le gustaban las galletas glaseadas rosas y amarillas que no puedo recordar cómo se llaman, el café negro, la soda de fresa.
Recuerdo con mucho cariño cómo siempre estuvo ahí casi todos los días que mi hermano Alejandro estuvo en el hospital. Con su paso ya cansado iba a visitarlo. Subiendo por la misma rampa a las 4 de la tarde para estar con nosotros. Le llevaba calditos, le llevaba consomé. Le llevaba sus fuerzas, y a nosotros también. Después con mi papá, siempre pendiente, siempre ahí, siempre rezando por los tuyos.

Qué daría para haber tenido la oportunidad de ir a su casa una vez más en una tarde nublada a tomar café, que conociera a su bisnieto Robbie, que nos sentáramos en las mecedoras afuera a ver los carros pasar, ver los árboles moverse, y saludar a los vecinos que pasaran por la calle. Para decirle una vez más en persona que la amaba, que la extraño. Para darle las gracias por todo.

Nos vemos luego, nana. Que Dios te reciba con sus brazos abiertos. Que vivas en la Gloria con tu hijo, y con tu nieto.
Te amo,

Michelle, tu nieta.

DEP Rafaela Ruiz 

24 OCTUBRE 1934 – 18 MARZO 2020

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